domingo, 19 de septiembre de 2021

Ciociara Hacia 1862 - Eduardo Rosales Gallinas



Ciociara - Hacia 1862. Óleo sobre lienzo, 125 x 75 cm. Estudio de una joven campesina del Lacio, representada de cuerpo entero con su indumentaria típica.

De rostro lozano y risueño, está recostada en un quicio mientras juguetea con los dedos. Como el resto de los jóvenes pintores extranjeros que pasaron por Roma durante las décadas centrales del siglo XIX, Rosales no se resistió a la tentación de dibujar y pintar ciociaras, tipo costumbrista de mujer campesina que fue extraordinariamente atractivo, por la espontaneidad rural de su aspecto y el pintoresquismo de sus atuendos, para los artistas españoles y europeos de esos años que viajaron a Italia, y que las plasmaron en infinidad de pinturas, dibujos y acuarelas.

Estas mujeres de la campiña romana, que acudían a la ciudad desde los pueblos de los alrededores para vender sus mercancías o asistir en las faenas domésticas, se prodigaron además como modelos por modestos honorarios para los pintores que trabajaban en la urbe, y acudían en su busca a los alrededores de la escalinata de la popular Piazza di Spagna, donde se apostaban en busca de un sobresueldo fácil. Algunas de estas campesinas llegaron a alcanzar cierta reputación entre estos grupos de pintores, que requerían sus servicios para sus estudios, en los que frecuentemente compartían modelo entre varios, obligados por sus precarias economías.

Así, en las facciones de esta muchacha, de piel morena, brillantes pómulos, nariz aguileña y mentón prominente, puede reconocerse sin dificultad a Pascucia, conocida entre las ciociaras que ejercían en Roma como modelos, a la que retratarían otros artistas españoles como el propio Vicente Palmaroli, compañero de Rosales. En efecto, esta joven campesina sirvió como modelo no sólo a aquellos artistas que podían permitirse el pago de sus honorarios para hacerla posar del natural sino también a los que, a falta de la más mínima posibilidad de gasto, hubieron de servirse de fotografías de estos personajes populares, que circulaban con absoluta fluidez entre los estudios de los pintores.

Por lo demás, Rosales se muestra aquí con una libertad absoluta como pintor al dejar esbozada la figura con una factura amplia y sintética, de gran desenvoltura, que construye el personaje a base de anchas pinceladas, aplicadas en enérgico zigzag, marcando los grandes planos de color que van definiendo su volumen y las distintas prendas de su vestimenta, aunque concreta algo más su característico rostro, envolviendo a la campesina en un espacio hábilmente sugerido por la luz rasante que resalta su relieve de la pared en la que se apoya.
Aunque la audacia de su lenguaje plástico trae a la memoria la sobriedad poderosa del realismo francés de esos años, el tratamiento vibrante y atmosférico de la luz, la entonación cálida de la paleta, enraizada en la tradición española, y detalles como la imprecisión de las manos en movimiento de la muchacha parecen recordar al Velázquez de Las hilanderas (Texto extractado de Díez, J. L.: El Siglo XIX en el Prado, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 202-204).

No hay comentarios:

Publicar un comentario