Miguel Labordeta Subías (Zaragoza, 16 de julio de 1921 – 1 de agosto de 1969), fue un poeta español, uno de los más señeros de la generación de posguerra. Cultivó un estilo surrealista de lenguaje expresivo y amplios registros, elocución desbordada, verso libre y tono apocalíptico plagado de visiones cósmicas de raigambre barroca y romántica, especialmente en sus primeros tres poemarios (Sumido 25, Violento idílico y Transeúnte central), escritos entre los 25 y los 29 años. En 1950 él mismo definió su poesía como «catártica, depurativa, en que el poeta se dé por entero en holocausto verídico». Al final de su vida aparecen Los Soliloquios (1969), que junto a Autopía (publicada póstuma en 1972), constituyen una nueva etapa de poesía más ceñida y condensada. También escribió una obra de teatro titulada Oficina de Horizonte (1955).
Hermano del cantautor, escritor y político José Antonio Labordeta, se licenció en Historia y escribió en 1945 su primer libro de poemas, Sumido 25, mientras cursaba el doctorado en Madrid. A su regreso a Zaragoza fue profesor en el Colegio Santo Tomás de Aquino, que dirigía su padre, Miguel Labordeta.
En la tertulia del Niké, que se reunía en Zaragoza en torno al café de la calle Requeté Aragonés, Miguel Labordeta ejercía como oficiante de la tan manida y misteriosa O.P.I. (Oficina Poética Internacional), donde hizo famosas sus pipas y el carné de ciudadano del mundo.
El año de su muerte su amigo Julio Antonio Gómez Fraile fundó la colección «Fuendetodos» de la editorial Javalambre, que comienza su andadura con la publicación del último libro de Miguel Labordeta, Los soliloquios, y en 1972 publica esta misma colección sus Obras completas.
Dirigió la revista Despacho literario, en la que colaboró, entre otros, Antonio Fernández Molina, uno de sus buenos amigos. Como autor de teatro, Miguel Labordeta estrenó, con escenografía del artista vasco Agustín Ibarrola, la obra Oficina de horizonte, que años más tarde tendría una adaptación televisiva realizada por el director zaragozano Antonio Artero.
Autor de originales y valientes versos, Labordeta fue también el director del colegio Santo Tomás, y desde allí desplegó un mundo poético y mágico que extendió a la tertulia de la peña Niké y a revistas de la época. De la Oficina Poética Internacional (la OPI), nacieron las revistas literarias Orejudín, Papageno, El Coso Aragonés del Ingenio y Despacho Literario, embrión, a su vez, de la colección Poemas, que crearon Luciano Gracia y Guillermo Gúdel.
Labordeta es el poeta del desamor, él que sin embargo había nacido para liberarse por amor tan solo. Su poesía esta teñida de ironía y desgarro existencialista. En lo formal es poesía de sintaxis desarticulada, enumeraciones caóticas e imágenes insólitas encadenadas que vinculan su estética al surrealismo. Las obras completas de Miguel Labordeta se publicaron en 1972 en la colección Fuendetodos de Ediciones Javalambre, que dirigía su amigo Julio Antonio Gómez. La edición se costeó con los ahorros que dejó el poeta las obras completas reeditadas en 1983 por El Bardo, con poemas no publicados antes, y el número monográfico de la revista Rolde, coordinado en 1994 por Antón Castro.
Algunos de sus libros fueron ilustrados, entre otros, por Santiago Lagunas, Agustín Ibarrola, Antonio Mingote, Natalio Bayo, Manuel Viola, José Orús, Salvador Victoria o Antonio Saura. En el año 2004 apareció publicada una interesante biografía sobre su vida y obra, Miguel Labordeta. Poeta violento idílico (1921-1969), del periodista Antonio Ibáñez y editada por la Biblioteca Aragonesa de Cultura que dirigió Eloy Fernández Clemente.
Sus poemarios son: “Sumido 25” (1948), “Violento idílico” (1949), “Transeúnte central” (1950), “Memorándum” (1960), “Epilírica (1961), “Punto y aparte” (1967), “Los soliloquios” (1969), “Autopía” (1972), “La escasa merienda de los tigres y otros poemas” (1975), “Metalírica” (1983).
También escribió la obra de teatro “Oficina de horizonte” (1955) – Enlace:
Asesinados jóvenes
Asesinados jóvenes nacimos cierta vez
insistiendo sobre los guardagujas de los lagos
los vestigios de turbas de viejos profesores sin voz…
y que hasta nosotros llegaban
hablándonos de la nada que rodea
a los tranvías azules.
* * *
Asesinados jóvenes caminamos por las calles
entramos en los cines y en los bares
incendiamos los rostros con ceniza y con sombra
y mientras dragones ciegos surgen
de las bocas húmedas de los metros
anhelando asaltar los cables telegráficos
nosotros sorprendidos vampiros
auscultamos el corazón de las tiernas existentes.
* * *
Asesinados jóvenes ansiamos perdernos en el naufragio
que cubre las aceras y los parques
de futbolistas ahogados en la sangre de los besos
y desnudos marchando al bronce nocturno
de las playas desiertas
con ojos de caballos robados por sonrisa
acuciar el sentido total de los planetas
sobre las ropas usadas;
de hambrientos transeúntes con reuma.
* * *
Asesinados jóvenes no amamos
el gesto de hastío del domingo
ni comprendemos el súbito crecer de las lecciones
bajo la trampa prodigiosa de la hierba
y así atónitos salvajes de vaticinios
intentamos aprender lo que hay de purísimo
en la faz con presagios de las charcas podridas.
* * *
En la esquina de enfrente
un hermoso niño miserable
medita sobre el final que tendrán las inmensas ciudades
cuando las aguas cubran sus horrendos campanarios de zinc.
Consunción de la víspera
Me sumo en las violentas ignorancias
de las destrozadas hojitas de hierba
para encontrar sus almas de hojadelata.
* * *
Manadas de caballos furiosos
asaltan los arbustos
donde orinan los niños de las escuelas
reivindicando antigüedad
en el escalafón de los automóviles.
* * *
Tiernos catedráticos
arañan las paredes derruidas
de los viejos palacios bombardeados
y las muchedumbres verdes
examinando con detención
el excremento pálido de su tórax
se lanzan locamente
hacia los laberintos fogosos
de las llameantes carteleras de cine.
* * *
Aquel sabio mendigo
que llegó a las terrazas de los labios
desbordando los ríos de las pleuras
y las colinas donde yacen larvas
de disecados relojes
en el instante fijo de la roña
nos trae el mensaje milagroso
de la caducidad de Júpiter
arrojándose por fin a sollozar
sobre ideales parejas de tuberculosos.
* * *
El hombre gris
se aburre en su jardín y
las jovencitas pálidas
que sufrirán de apendicitis
sueñan con los monos biceps
de románticos boxeadores.
* * *
Me he quedado tranquilo.
Supongo certezas de muerte
en las claras vaguedades de las estatuas
en el himno de los adoquines
en el gesto ambiguo de los ferroviarios
y en los ventanales perdidos de olvidos nubes paloma.
* * *
Por el agujero que una rata comió
de la frente desdentada de un hermoso
guardia de la porra muerto de amor
yo miro al mundo
consumiéndose atroz
infinitamente gozoso y conmovido.
Desnudo entero
I
Señor…
heme aquí despoblado surgiendo entre los pájaros.
Ya ha sonado la hora en las quietas aguas de mi centro
mas yo permanezco abierto a la espesa influencia
de los antiguos soles que manaron los muertos.
Sí. Decidme: ¿para qué nacimos?
¿para qué se hicieron montañas en la luna
y el martirio innoble de los buzos?
La más vieja pregunta asesina mis dedos doloridos
de Palpar en la sombría búsqueda de las parturientas.
El asco de la rata disfrazada en hálito blanquísimo
la copa de mis sienes resecas en deshechos corceles
Sorbiendo gota a gota amarga sangre negra
y hueca mariposa disecada
irrumpen en mi boca por alarido hondo
de abisales tristezas.
Sé que mi soledad y mi grito
van más lejos que la selva y la órbita.
Sé que es un misterio el nacimiento del hombre
las anchas noches de estío
y el diálogo que tú y yo sostenemos
sobre la nada de los peatones.
Un misterio también la marcha del escarabajo
buscando sus mañanas de yeso
y el idilio tembloroso de abismo
de las galaxias enamoradas
con los peces sumidos en la lluvia.
¡Sabiduría inútil de flotantes columnas
sin mediodía entero…!
II
Esta flor tan hermosa que vibra al viento
su dulce ritmo dormido
nació para morir y alimentar así los labios desnudos del otoño.
Las gacelas se rinden temblorosas
al poderío ciego de sus machos
y mientras las niñas sonríen dulcemente
a feroces telúricos nutridos
en las cuevas arcillosas de los muslos
en mi muñeca tibia se aloja el tiempo palpitando
milésimas cara a la eternidad.
El anciano astral hila indiferentes máscaras
de besos húmedos arañas ríos dulces con sol
galope de vibrantes sonrisas y estanques abandonados
bajo la rota sumersión de las estatuas.
Decidme : ¿existe un puñal certero
que hunda las gargantas de devorado mar
en resumidas olas amantes de la nube?
¿existe la raíz que nos oriente
en conmovidas cifras sin sentido ni olvido?
En mi costado suenan triunfales caracolas
las piquetas mezclando; árboles ardientes paralepípedos
y ciertas ánforas de tierra que labios consumidos desterraron.
Señor así pues no me busques más.
Me voy solo y sin nadie.
Agotado de luz. Tranquilo. Desesperado.
Ciego insumiso fijamente perplejo.
Una onda de rutas busco
que reflejen el secreto sueño de la estrella
en el ávido esqueleto de mis labios.
Destino
Lo sabéis amigos
no volveremos más.
La virtud de la lluvia
se aniquila en los soles
y el viento entre las flores
se sumerge en la sangre de los toros.
Sólo los viejos vagabundos al morir
pueden saber quizá
el secreto de la hora derramada
y el porqué de la mujer húmeda en estío.
Pero nosotros no. No podemos volver.
Es imposible calavera mariposa
el tiempo entre la niebla seducido.
Somos nosotros mismos
el ritmo pereciente
y nuestro gesto
la invisible caracola de la muerte
primavera pura aniquilada
en incesantes mundos destruidos.
Nada más. Tan sólo eso.
Un levantar baldío de los brazos
para recoger el mar que se nos huye
pletórico de ahogados y de olvidos.
Un lamento también
y un querer crear agujeros
en el agua mansa de los recién nacidos.
Mientras os alejáis
cantando juventudes
yo permanezco aquí
mudo y atónito
como un muerto inmortal
soñando vida inmensa
y una antigua e inconcebible libertad.
No volveremos más.
Es cierto amigos.
Atardece.
La estatua el árbol la hormiga
y esta pena mía tan hermosa
se confunden en la mente ignorada de las manos.
35 segundos han pasado en mi reloj de Pulsera.
Matinal
Cuando los besos
saben a mojadas pálidas
de ojos oscuros de pájaro enlazado…
con nacimientos de montañas
tras el duro trance que agoniza
en las escafandras de barro
de las sumisas embarazadas sin nariz.
* * *
Cuando entre cristales descuajados
rompecabezas de cuadrumanos
henchidos de infancias terminales
surge Osiris el profesor estelar
abriendo de par en par
los costados de los jóvenes alumnos de la madrugada
cortando con navajas de afeitar
los dulces párpados cerrados
caminantes sin tregua
por sollozos de los niños de pecho.
* * *
Cuando en las ventanas de las casas
los sueños incestuosos dejan paso
a las modestas sustracciones de los sueldos
y el diluvio de las duchas
quema los secretos homicidas
de los desayunantes
mientras los indefensos ascensores
inician su agobiante jornada
de puñetazos y periódicos
entre aullidos roncos
de la tenue hierba alzada
de las alambradas de la noche
y corruptas mariposas sin piedad
arrastran por los asfaltos fosforescentes
las miradas confusas de los homosexuales.
* * *
Cuando las mujeres se trasladan sin horror
a la máscara audaz de los espejos
esperando juzgar la calavera por su rictus
y el hombre es un pánico abstracto
que busca entre muchedumbre de ojeras
el puro cumplimiento
ya marchito
de arcanas profecías desterradas
en la fiebre de armonía
que en el corazón de las ateas hormigas
yace vinculado con el mágico rumor
de las charcas podridas
donde serán hermosas ciudades aun sin nombre.
* * *
Entonces hermano mío
un nuevo día
otro día
se posa sobre el mundo
y en el eje imaginario del mundo
los muertos cantan su maravilla perecedera.
Plegaria Del Joven Dormindo
Hermanas Estrellas:
¿Me escucháis?
¿Oís el palpitar de mi ardiente manantial tronchado
indagando su fervor de precipicio…
en este planetario estío…
de hermosura sin faz?
Vosotras, mis hermanas mayores:
¿qué sabéis?
¡Decidme! ¡Habladme del sentido del abismo
todo futuro sido en el espacio curvo…!
Contadme, mis hermanas gigantes,
contadme que fueron las borrascas nebulosas
preñadas de gérmenes dulcísimos
y de terribles olvidos sepultados
hacia una furiosa potencia en carne viva
devorándose a sí misma
en silencio y hormiga
labio y galaxia o brisa
siempre muerte resucitada…
¿Lo sabéis? ¿Sabéis a dónde iré yo?
¿Sabéis a dónde iréis vosotras,
mis lejanas hermanas?
¿Sabéis a dónde irá todo
cuando el Ojo Secreto
se aniquile en burbujas de Luz?
¿O no tendremos fin…?
¿Será todo como este ensueño
en que os sueño,
mis hermanas estrellas,
mis lejanas, mis gigantes hermanas?
¡Decidme! ¡Habladme!
¿Sabéis el destino de nuestros muertos
implacables de enigmas?
¿Qué sois,
anhelo puro,
vientres de luz?
¿Acaso pensamiento
de una serena grandeza fugacísima?
¿O frías criaturas de fuego
que esperáis algo inauditamente,
una mañana de primavera perenne quizá?
¿Lo sabéis? ¿O no conocéis nada?
¿O no existís ya
y sólo contemplo el último parpadeo
que lanzasteis sobre la Vía Láctea
cuando las cunas eran tan sólo
pleamares de lodo y semilla de engaño?
¿Me escucháis?
¿O no tienen respuesta mis palabras
de suicida recién nacido?
¿Nos encontraremos al final?
¿O el punto y el anciano,
la senda y el minuto,
el signo y la Bondad
son tan sólo perdidos amuletos de la Mente,
cenizas de fotones
callando nuestras fuentes milagrosas
polvo de melodías eternas,
certero enigma sin pupila,
derramándose sobre quietos lagos desconocidos?
¿Y yo? ¿Sabéis quién soy?
¿Os sonreís? ¿O sois ciegas?
Sí.
¿O sois ciegas como yo?
Hermanas Estrellas,
mis lejanas, mis gigantes hermanas
moribundas sin acto,
frágil nota acurrucada
como polen de otoño
o labio encendido de muchacha
que ha de morir.
¿Qué matriz cercenada
se abre en vuestro misterioso nido?
¿Qué pecado pavoroso columbra
vuestra incógnita?
¿Hacia qué Totalidad embriagada
os dirigís sedientas de promesa y descanso?
Contadme,
contadme vuestros mitos maravillosos
de amor hacia los soles inacabables.
¿O no sabéis nada? ¿O sois ciegas como yo?
Mis hermanas, mis lejanas y gigantes hermanas Estrellas.
Retrospectiva Existente
Momento novembrino
Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto
Puesto que el joven azul
de la montaña ha muerto
es preciso partir.
Antes de ser golosamente asesinados
en los crepúsculos de la gran ciudad.
Antes de que las muchedumbres tristes de los metros
invadan el templo del Sol
definitivamente seducidas
por las noches de los trenes
es preciso marchar.
Desnudos y ásperos. Inigualables.
Y al partir preguntar por nosotros
indagar por nosotros
auscultar por nosotros
por nosotros mismos recordar
si tal vez se existió
y que una dulce soledad
nos responda en grave despedida.
La voz del poeta
En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobres gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los muertos.
En lo alto del Faro,
amando,
sabiendo que el amor es un fracaso,
y cantando,
sabiendo que su canto no ha de ser comprendido.
Vestirse, alimentarse,
ganarse el pan de cada día,
discutir de las cosas banales,
endomingarse como cada cual
y hacer el amor a una dulce estudiante,
como cualquier empleado de Banca.
Y sin embargo,
velar largamente en duelo,
oír en los silencios el ritmo pavoroso de los tiempos,
acariciar la marea de las edades inmensas,
rompiéndose en quejidos y maravillosas melodías
contra el humilde corazón infortunado
en lo alto del Faro.
En lo alto del Faro,
mientras todos se emborrachan en los festines,
o corroen su envidia en las duras jornadas de trabajo,
o acaso buscan sus puñales secretos
para degollar al niño desconsolado que ellos fueron,
la mirada rauda de visiones
persigue el rumbo, en intemperie desconsolada y altiva
de los navíos futuros.
Y preguntar a la sangre el porqué del olvido
e indagar las primaveras que nacen del sollozo terrestre
y la melancolía que hila el atardecer solitario de los cielos.
Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo su cabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo de antemano que nada es la respuesta.
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.
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