Francisco Domene

Esbozo biográfico

         Francisco Domene es un poeta y narrador español, nacido en Caniles, Granada, en 1960. Ha escrito ensayo, relatos y novelas de ciencia ficción, de aventuras y juveniles. Es Licenciado en Arqueología e Historia Antigua y profesor de Historia
Desde finales de los 70 formó parte del Colectivo Albahaca en Almería, coordinó el I Encuentro de Poetas Jovenes Andaluces, el Aula de Poesía del Ayuntamiento de Almería y dirige la colección de Literatura Ríomardesierto.

En 1.991 publica su primer libro de poesía: Libro de las horas y un año después obtiene el Premio Ciudad de Irún, por Propósito de enmienda.

Hasta hoy ha publicado media docena de libros de poesía, otros tantos de narrativa y ha obtinido diversos reconocimientos. En opinión de Francisco Peralto, sus poemas se han edificado con un verso directo y pleno de hallazgos expresivos…, de altos vuelos irónicos (…) consiguiendo una poesía distinta —la palabra "diferente" no sería adecuada—, a la que solemos leer tan ombliguista, alambicada y plana. Así mismo, Concha Zardoya afirma que los poemas de Francisco Domene suelen ser breves, de lenguaje concentrado y preciso que logra una densidad poética sustancial y profunda, consiguiendo una obra de tono contenido y sostenida corrección, compleja y lograda, con resonancias poéticas y metafísicas e intensa raigambre humana y existencial. - Fuente>>



UNA DE VANIDAD LITERARIA

Él parecía sonreír
con un cigarrillo entre
los dedos. La miraba
de un modo asambleario,
como esperando recibir
aplausos cada vez que parpadease.
Quizá
anduviera considerando
si sobre el cuerpo de ella, húmedo y cálido,
podrían cosecharse champiñones,
si sabría rodar, vagabundear,
ser transeúnte por el musgo
charolado de aquellos labios. Dijo:

—Me gusta oírme
en tu voz.

Ella estaba leyendo, en el poema de él:
la palabra
es el residuo
—bosquejó con la
boca un beso— de la memoria...




HOMBRE DEL 14 DE DICIEMBRE DE 1994

Imaginen a un hombre frente al ordenador.
No se decide
a pulsar la h, si dar la luz del flexo,
si levantarse
a ver pasar la vida, o telefonear
a alguien que no haga
preguntas. Alguien que no haga preguntas, que
no haga preguntas.

Hoy no puede escribir porque son las palabras
nada más síntomas,
conjeturas, indicios, objetos inservibles
e inanimados,
torpes intentos, aproximaciones huecas,
sucias imágenes
de lo que no es capaz de sentir ni expresar.

Y, sin embargo,
Como el que llama a un perro, tan sólo por probar
su lealtad,
sin ningún móvil llama a sombras y a palabras;
y las palabras
y las sombras, si acuden, acuden como perros,
nunca distintas,
previsibles y dóciles, como perros, vulgares
y detestables
con su fidelidad nunca fingida, impuesta.

A esa impostura,
a esa falsedad que obra sobre los sentimientos
inexplicables
y sobre la razón, llama también poesía.




TERCERA POÉTICA PROVISIONAL

Nada empieza. No empieza en mí. Procede
de la vida ordinaria y constituye
un minucioso estado de advertencia
inservible.

El proceso es sencillo: Como el jugo
de ciertas plantas la extraigo y le doy
utilidad, ley, orden. ¿Para qué
quiero yo —si prefiero la poesía
como forma
de entendimiento humano— la palabra
sin la idea, la imagen sin su objeto?

Cualquier imprecisión ha de achacarse
no a un afán creador —que tal vez tenga—
sino al uso indebido del lenguaje.




UNA DE VANIDAD LITERARIA

Él parecía sonreír
con un cigarrillo entre
los dedos. La miraba
de un modo asambleario,
como esperando recibir
aplausos cada vez que parpadease.
Quizá
anduviera considerando
si sobre el cuerpo de ella, húmedo y cálido,
podrían cosecharse champiñones,
si sabría rodar, vagabundear,
ser transeúnte por el musgo
charolado de aquellos labios. Dijo:

—Me gusta oírme
en tu voz.

Ella estaba leyendo, en el poema de él:
la palabra
es el residuo
—bosquejó con la
boca un beso— de la memoria...




Si amanece

Si amanece,
dices,
si la luz que se para a respirar
en nuestros cuerpos
cansados y desnudos,
adolescentes siempre como ríos
que aguardan la crecida de septiembre,
impuros como todo lo que ha sido poseído
por el amor
y tan callados en su pasmo
que parece que hablaran, si amanece,
dices,
si habrá que levantarse
y hacer el desayuno
y regresar un día y otro día
al mercado, al trabajo, al parque, al banco,
a resolver asuntos
absurdamente inexcusables,
si amanece, si la suave culebra
de la luz se desborda
por dentro de la piel,
por los besados párpados,
si inocula por los estremecidos
tendones su veneno,
¿qué quedará después de tanto asombro?
¿Qué permanecerá de todo lo erigido?




Cuando quieras 

Será cuando tú quieras. Fíjate qué sencillo:
No tiene que llamarme ni esperarme,
ni soportar un día y otro día
mi aburrida presencia enamorada,
mi irritante presencia enamorada,
ni mis torpes discursos sobre cosas y gentes.

Será cuando tú quieras, porque quieras,
sin ninguna razón
convencional o justa, y sin apropiaciones
debidas o indebidas, ni estatutos,
sin tener que pensarlo
ni detenidamente ni un millón
de veces, porque sí, sin calcular
la ganancia o la pérdida.

No para ayer y no para mañana.
Cuando tus ojos se abran
embriagados de dulce luz y digan:
hoy.

Cuando tu corazón,
cuando tus manos y tu carne se abran
como dulces granadas silenciosas,
como espigas de trigo, y digan: hoy.




El poeta quiere hablar del hombre

Hablo del hombre. Me atribuyo su voz, como si el hombre
hubiera enmudecido, como si su laringe fuera un órgano
inútil, como si de sus labios sólo pudieran brotar besos
o eructos.

Hablo del hombre. Finjo que lo conozco.

Imito su tristeza o su alegría. Voy a los sitios que frecuenta
—la plaza del mercado, la oficina de patentes, los muelles, la ribera
del río, algún hotel barato, la uve azucarada y ácima de unos muslos,
un taller de modista, un bar que huele a muchas horas lentas— y pregunto
por él, por mí,
y nadie me responde, nadie hace caso. Nadie se vuelve al escuchar mi voz.

A nadie importa que mi voz —doy fe, lo juro, lo repito— sea la voz del hombre.

Hablo del hombre. Lanzo su descripción en los periódicos,
me oculto en las esquinas a ver si pasa, presto atención a los noticiarios
por si hablaran de él, de mí,
busco cualquier indicio —huellas de uso, signos, ecos, latidos, miedo, esperanza—, marco números de teléfono, distribuyo pasquines con su imagen;
pero nadie responde,
como si todo el mundo hubiera enmudecido, como si nadie comprendiera nada,
como si al otro lado del poema y a este lado del poema
no hubiera nada.




Fiesta oficial

No importa la ciudad, ni el día
—el de hoy, el de ahora mismo, un día
cualquiera, turbio y lento,
solemne
como un largo pasillo, cualquier día,
un día sórdido,
un día inmerecido—.

Hay por las calles un silencio
con pájaros,
una municipal cancelación
del absurdo transcurso
del tiempo, un apagado escombro
de cuanto, alguna vez, ha sido
propuesta, convicción, deseo.

Se atavían las gentes con sonrisas,
con pulcros ademanes mercantiles,
con dispendiosos signos
publicitarios.

Utilizan coartadas de alegría,
exonerantes reverencias,
recios discursos de fortuna.
No importa el día.

Todo el pasado es nada.
Un consenso de olvido desfila por las calles.
La dignidad
es un perro dormido en las aceras.
La libertad es una estatua ecuestre.
La justicia... Ah, la justicia...
eso que algunos piden desde siempre.




De "arrabalías"

Como la savia de la tierra acude
a los centenos, la luz al reclamo
de las hojas y el agua jugadora
de la honda zubia al circunspecto océano,
yo acudo a su llamada. Con afecto
y con miedo, como se acerca el labio
a la piel que lo espera, como van
en busca de alimento las palomas
a la siembra, yo acudo a su llamada.

Y me envuelve su voz, como la niebla
al pueblo que amanece, y en su voz
me cobijo como un gato en el halda
mullida. Sigue hablando. Sigue hablándome
a mí, mujer, di con tu voz mi nombre.

Haz que tu dedo ahora me señale.
Que tu mano se pose en mi hombro tuyo.
Yo quiero ser tu símbolo y tu signo,
el garabato oscuro con que escribes
y creas, brizna de granza en tu almiar,
la huella de tu pie sobre la tierra.

Elígeme —si yo soy inmortal,
por qué temo morir—, llámame, sí,
no dejes que la duda eche raíces.
Corta tú a tu medida mi camisa
eterna, mi calzón eterno. Elígeme.
Que de tu desnudez me des la mía.
Que de tu propio barro me modele
tu mano. Imagen no, prolongación
tuya: barro de tu barro, saliva
tuya, tu misma desnudez, tus mismas
nervaduras: uno y todo son uno:
signo único, símbolo único, origen
único, el mismo canto inmemorial.

Hasta la luz, hasta que la luz duela,
hasta que la marca de la luz duela;
por fuera y por adentro, amiga, elígeme.
A hierro y fuego, pon tu marca en mí.
Que ni la borre el agua ni la tache
el tiempo. Que la herida largamente
supure, sí, que nunca cicatrice.




Poema de Francisco Domene en el 82 aniversario del asesinato de Federico García Lorca

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