Federico García Lorca

(Fuente Vaqueros, España, 1898 – Víznar, id., 1936) Poeta y dramaturgo español. En el transcurso de la «Edad de Plata» (1900-1936), la literatura española recuperó aquel dinamismo innovador que parecía perdido desde su Siglo de Oro; tal periodo tuvo su culminación en la obra poética de la Generación del 27, así llamada por el rebelde homenaje que sus miembros rindieron a Luis de Góngora con motivo de su tercer centenario. Sin embargo, pese a la inmensa talla de figuras como Rafael Alberti, Pedro SalinasJorge GuillénGerardo DiegoDámaso AlonsoLuis Cernuda o el premio Nobel Vicente Aleixandre, ningún miembro del grupo alcanzaría tanta proyección internacional como Federico García Lorca.           

Los primeros años de la infancia del poeta transcurrieron en el ambiente rural de su pequeño pueblo granadino. Cursó el bachillerato primero en Almería y luego, tras una enfermedad, en Granada. Continuó sus estudios superiores en la Universidad de Granada: estudió filosofía y letras y se licenció en derecho. En la universidad hizo amistad con el prestigioso compositor Manuel de Falla, quien ejerció una gran influencia en él, transmitiéndole su amor por el folclore y lo popular.

En 1919 se instaló en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde conoció a Juan Ramón Jiménez y a Antonio Machado, y trabó amistad con poetas de su generación y artistas como el futuro cineasta Luis Buñuel o el pintor catalán Salvador Dalí. En este ambiente de ebullición cultural brillaría pronto el magnetismo de la arrolladora personalidad de Federico García Lorca, cuya perenne simpatía y vitalidad encubría un íntimo malestar que sólo su obra dejaría entrever. Sus polifacéticos intereses lo llevaron a dedicarse con pasión no sólo a la poesía, sino también a la música y al dibujo, y empezó a interesarse por el teatro, aunque su primera pieza teatral, El maleficio de la mariposa, fue un fracaso.


De la poesía pura al surrealismo

En 1921 publicó su primera obra en verso, Libro de poemas, con la cual, a pesar de acusar las influencias románticas y modernistas, consiguió llamar la atención. El reconocimiento y el éxito literario de Federico García Lorca llegó con la publicación, en 1927, del poemario Canciones y, sobre todo, con las aplaudidas y continuadas representaciones en Madrid del drama patriótico Mariana Pineda, basado en la heroína histórica que casi cien años antes, bajo el exacerbado absolutismo de Fernando VII, había sido condenada a muerte por bordar en una bandera una inscripción liberal.

Entre 1921 y 1924, al mismo tiempo que trabajaba en Canciones, García Lorca escribió una obra inspirada en el folclore andaluz, el Poema del cante jondo (publicado en 1931), un libro ya más unitario y madurado en el que se percibe claramente lo que será un rasgo característico de su poética: la identificación con lo popular y su posterior estilización culta. Tal orientación llegó a su plena madurez con el Romancero gitano (1928), que obtuvo un éxito inmediato. En el Romancero gitano se funden lo popular y lo culto para cantar al pueblo perseguido de los gitanos, personajes marginales marcados por un trágico destino. Formalmente, Lorca logró un lenguaje personal, inconfundible, cuya clave es la profunda asimilación por parte del poeta de los elementos y formas populares y su combinación con audaces metáforas y con una estilización propia de las exigencias de la «poesía pura», etiqueta que en sus inicios asumieron los miembros de su generación.

Tras este éxito, Lorca viajó a Nueva York, ciudad en la que residió como becario durante el curso 1929-1930. Las impresiones que la ciudad dejó en su ánimo se materializaron en Poeta en Nueva York (publicado póstumamente en 1940), un canto angustiante, con ecos de denuncia social, contra la civilización urbana y mecanizada. Las formas tradicionales y populares de sus anteriores poemarios dejan paso en esta obra a visiones apocalípticas, hechas de imágenes ilógicas y oníricas que entroncan con la corriente surrealista francesa, aunque siempre dentro de la personal poética de Lorca.


Lorca, dramaturgo

De nuevo en España, en 1932 Federico García Lorca fue nombrado director de La Barraca, compañía de teatro universitario que se proponía llevar a los pueblos de Castilla el teatro clásico del Siglo de Oro. Su interés por la escena, tanto en su vertiente creativa como de difusión, responde a una progresiva evolución hacia lo colectivo y a un afán por llegar de la forma más directa posible al pueblo. Así, los últimos años de su vida los consagró al teatro, aunque con reseñables excepciones: terminó en 1934 el Diván de Tamarit, libro de poemas inspirados en la poesía arabigo andaluza; llegó a publicar el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), hermosa elegía dedicada a su amigo torero donde combina la tradición popular con imágenes de filiación surrealista, y los Seis poemas gallegos (1935), escritos en lengua gallega; y trabajó en diversos proyectos que quedaron en su mayor parte incompletos y que sólo póstumamente verían la luz, entre ellos los impresionantes Sonetos del amor oscuro, inconclusa colección de alta tensión erótica.

Fruto de esa mayor dedicación al teatro en los años finales son los tres grandes dramas rurales que constituyen la cima de su producción y que sitúan a Lorca entre los grandes dramaturgos europeos del periodo: Bodas de Sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). Erigidas en piezas ineludibles del repertorio contemporáneo, todas ellas siguen siendo constantemente representadas en escenarios de todo el mundo; dentro del teatro de autoría española, sólo los esperpentos de Ramón del Valle-Inclán gozan de una posición semejante.

Yerma (1934), que se centra en el tema de la maternidad frustrada, es una verdadera tragedia al modo clásico, incluido el coro de lavanderas, con su corifeo que dialoga con la protagonista comentando la acción. Similar urdidura trágica hallamos en Bodas de Sangre (1933), donde un suceso real inspiró el drama de una novia que huye tras su boda con un antiguo novio (Leonardo). La huida llena de premoniciones, en la que la propia muerte aparece como personaje, presagia un final al que se viene aludiendo desde la primera escena y en el que ambos hombres se matarán, segando así la posibilidad de continuidad de la estirpe por ambas ramas y renovando la muerte del padre del novio a manos de la familia de Leonardo. De esta manera, la pasión y la auto búsqueda concluyen con la destrucción de todo el orden establecido.

La mejor creación lorquiana es La casa de Bernarda Alba (1936), obra en que la pasión por la vida de la joven Adela, encerrada en su casa junto con sus hermanas a causa del luto por su padre y oprimida bajo el yugo de una madre tiránica, estalla en una rebeldía que no teme a las últimas consecuencias; pero las ansias de libertad y amor de Adela se estrellarán igualmente contra el muro de incomprensión de su familia y de los usos sociales, concluyendo todo con su eliminación. Junto a la figura de la protagonista, destaca la serie de retratos femeninos que realiza el autor, desde la propia Bernarda hasta la vieja criada confidente de las hijas (La Poncia), la hermana poseída por los celos destructivos (Martirio) o la abuela enloquecida (María Josefa), que, en sus intervalos de lucidez, complementa descarnadamente la oposición de Adela a la tiranía de Bernarda.

La casa de Bernarda Alba, considerada su obra maestra, fue también la última, ya que ese mismo año, al estallar la Guerra Civil española (1936-1939) que llevaría a la dictadura de Francisco Franco, fue detenido por las fuerzas franquistas y fusilado diez días más tarde, bajo acusaciones poco claras que señalaban hacia su papel de poeta, librepensador y personaje susceptible de alterar el «orden social». Su asesinato causó una honda conmoción internacional y convirtió al artista en el trágico símbolo de la brutal intolerancia del fascismo.


El español universal

En su evolución, la trayectoria de Lorca es parangonable a la de sus compañeros de generación (de la poesía pura y la experimentación vanguardista a la rehumanización y el compromiso social), e incluso la plena asimilación de lo popular, que constituye uno de sus rasgos más característicos, tiene su paralelo en Rafael Alberti. No obstante, tras la aparente variedad de géneros y estilos, la obra de Federico García Lorca presenta una marcada unidad temática. Tanto en el yo poético del Libro de poemas como en los personajes de su Romancero gitano o en los protagonistas de las grandes tragedias de su madurez (YermaBodas de Sangre y La casa de Bernarda Alba), las ansias vitales se ven abocadas a una frustración causada por fuerzas hostiles, las cuales pueden mantenerse en un ámbito telúrico, simbolizando acaso las limitaciones inherentes a la condición humana, o bien objetivarse en un medio social que, lo mismo si es tradicional o tecnificado, acaba destruyendo toda tentativa de autorrealización.

Tal temática explica el alcance universal de una producción por lo demás firmemente enraizada en la tradición y el folclore español y andaluz, pero no el insoslayable dramatismo y la hipnótica e inexplicable fascinación que siguen suscitando sus mejores textos: examinar detenidamente el Romance sonámbulo o la escena final de Bodas de Sangre conduce únicamente a la evidencia de su genio. En este sentido resultan tan injustas las interpretaciones simplistas trazadas desde la homosexualidad del poeta como la supuesta sobrevaloración de la obra lorquiana por su condición de insigne víctima del fascismo; presagiada o no, su prematura muerte a los treinta y ocho años no hizo sino truncar un flujo de creaciones que en La casa de Bernarda Alba rozaba ya la perfección. – Fuente>>


LA COGIDA Y LA MUERTE

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en Punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

autógrafo

ALBA

Mi corazón oprimido
Siente junto a la alborada
El dolor de sus amores
Y el sueño de las distancias.
La luz de la aurora lleva
Semilleros de nostalgias
Y la tristeza sin ojos
De la médula del alma.

La gran tumba de la noche
Su negro velo levanta
Para ocultar con el día
La inmensa cumbre estrellada.

¡Qué haré yo sobre estos campos
Cogiendo nidos y ramas
Rodeado de la aurora
Y llena de noche el alma!
¡Qué haré si tienes tus ojos
Muertos a las luces claras
Y no ha de sentir mi carne
El calor de tus miradas!
¿Por qué te perdí por siempre
En aquella tarde clara?
Hoy mi pecho está reseco
Como una estrella apagada

Granada, abril de 1919


 ANDA JALEO

Yo me alivié a un pino verde
por ver si la divisaba,
y sólo divisé el polvo
del coche que la llevaba.

Anda jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.

No salgas, paloma, al campo,
mira que soy cazador,
y si te tiro y te mato
para mí será el dolor,
para mí será el quebranto,

Anda, jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.
En la calle de los Muros
han matado una paloma.

Yo cortaré con mis manos
las flores de su corona.
Anda jaleo, jaleo:
ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo.


BALADA DE UN DÍA DE JULIO

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.    

—¿Dónde vas, niña mía,
De sol y nieve?    

—Voy a las margaritas
Del prado verde.    

—El prado está muy lejos
Y miedo tiene.    

—Al airón y a la sombra
Mi amor no teme.    

—Teme al sol, niña mía,
De sol y nieve.    

—Se fue de mis cabellos
Ya para siempre.    

—Quién eres, blanca niña.
¿De dónde vienes?    

—Vengo de los amores
Y de las fuentes.    

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.    

—¿Qué llevas en la boca
Que se te enciende?    

—La estrella de mi amante
Que vive y muere.    

—¿Qué llevas en el pecho
Tan fino y leve?    

—La espada de mi amante
Que vive y muere.    

—¿Qué llevas en los ojos,
Negro y solemne?    

—Mi pensamiento triste
Que siempre hiere.    

—¿Por qué llevas un manto
Negro de muerte?    

—¡Ay, yo soy la viudita
Triste y sin bienes!

Del conde del Laurel
De los Laureles.    

—¿A quién buscas aquí
Si a nadie quieres?    

—Busco el cuerpo del conde
De los Laureles.    

—¿Tú buscas el amor,
Viudita aleve?
Tú buscas un amor
Que ojalá encuentres.    

—Estrellitas del cielo
Son mis quereres,
¿Dónde hallaré a mi amante
Que vive y muere?    

—Está muerto en el agua,
Niña de nieve,
Cubierto de nostalgias
Y de claveles.    

—¡Ay! caballero errante
De los cipreses,
Una noche de luna
Mi alma te ofrece.    

—Ah Isis soñadora.
Niña sin mieles
La que en bocas de niños
Su cuento vierte.
Mi corazón te ofrezco,
Corazón tenue,
Herido por los ojos
De las mujeres.    

—Caballero galante,
Con Dios te quedes.  

—Voy a buscar al conde
De los Laureles…  

—Adiós mi doncellita,
Rosa durmiente,
Tú vas para el amor
Y yo a la muerte.    

Esquilones de plata
Llevan los bueyes.  

—Mi corazón desangra
Como una fuente.


CANCIÓN DE CUNA
(A Mercedes, muerta)

 Ya te vemos dormida.
Tu barca es de madera por la orilla.
Blanca princesa de nunca.

¡Duerme por la noche oscura!
Cuerpo y tierra de nieve.

Duerme por el alba, ¡duerme!
Ya te alejas dormida.
¡Tu barca es bruma, sueño, por la orilla!


DESPEDIDA

Si muero,
dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,
dejad el balcón abierto!


POEMA DE LA SIGUIRIYA GITANA
  EL SILENCIO

Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.


ELEGÍA DEL SILENCIO

Silencio, ¿dónde llevas
tu cristal empañado
de risas, de palabras
y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio,
el rocío del canto
y las manchas sonoras
que los mares lejanos
dejan sobre la albura
serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas
cuando sobre los campos
alguna vieja noria
clava su lento dardo
en tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso
te hieren las campanas
y quiebran tu remanso
las bandadas de coplas
y el gran rumor dorado
que cae sobre los montes
azules sollozando?

El aire del invierno
hace tu azul pedazos,
y troncha tus florestas
el lamentar callado
de alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
la espina de la risa
o el caluroso hachazo
de la pasión encuentras.

Si te vas a los astros,
el zumbido solemne
de los azules pájaros
quiebra el gran equilibrio
de tu escondido cráneo.

Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
en las noches oscuras
la palabra infinita
sin aliento y sin labios.

Taladrado de estrellas
y maduro de música,
¿donde llevas, silencio,
tu dolor extrahumano,
dolor de estar cautivo
en la araña melódica,
ciego ya para siempre
tu, manantial sagrado?

Hoy arrastran tus ondas
turbias de pensamiento
la ceniza sonora
y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos
que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
del mar, momificado.

Si Jehová se ha dormido,
sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza
un lucero apagado,
y acaba seriamente
con la música eterna,
la armonía sonora
de luz, y mientras tanto,
vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna,
antes que Dios y el tiempo,
manabas sosegado.

7 de julio de 1920


ROMANCE DE LA LUNA

a Conchita García Lorca

 La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.  

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.  

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.  

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.  

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

 El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.  

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.  

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.  

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.


 LA TARARA

La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.  Lleva la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.  La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.  Luce mi Tarara
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.  Ay, Tarara loca.
Mueve, la cintura
para los muchachos
de las aceitunas.


MI NIÑA SE FUE A LA MAR…

Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.  Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los remos en el agua
y las velas en la brisa.  ¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.  El cielo monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco anillos se mecían.


ROMANCE SONÁMBULO
A Gloria Giner
y a Fernando de los Ríos

 Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

              *

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

              *

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.

¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

              *

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.

Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

              *

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

              *

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.

La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

2 de agosto de 1924

autógrafo










No hay comentarios:

Publicar un comentario