Manuel Machado


(Sevilla, 1874 - Madrid, 1947) Poeta español. Hermano mayor del gran poeta Antonio Machado, es una figura representativa del espíritu modernista en la poesía española de su época. Su personalidad a la vez cosmopolita y andaluza se plasma en una lírica en la que el gusto modernista coexiste con los motivos populares.
                             
Se trasladó con su familia a Madrid en 1883 y se formó en la Institución Libre de Enseñanza. Vivió largas temporadas en París, donde entró en contacto con la poesía simbolista francesa. En 1910 contrajo matrimonio con su prima Eulalia Cáceres, mujer profundamente religiosa, y trabajó como archivero y bibliotecario. Durante la Guerra Civil colaboró con el aparato de propaganda nacionalista y fue elegido miembro de la Real Academia Española (1938).
 
Dio sus primeros pasos literarios en la revista La Caricatura, fundada y dirigida por Enrique Parada, con quien colaboró en los poemarios Tristes y alegres (1894), y Etcétera (1895). Tras conocer a Rubén Darío, a quien consideró su maestro a partir de entonces, la estética modernista penetró profundamente en sus concepciones poéticas, forjadas también en el simbolismo francés finisecular.
La aparición de Alma (1902), Caprichos (1905) y La fiesta nacional (Rojo y negro) (1906) lo consagró como una de las figuras más sobresalientes de la nueva poesía, aunque más adelante buscó una formulación más personal y cercana a su talante andalucista con Alma. Museo. Los cantares (1907) y, sobre todo, a través de El mal poema (1909) y Cante hondo (1912), donde la musicalidad de sus versos se dirigió a la recuperación de la copla popular andaluza.
 
Junto a los indudables valores que ofrecieron estos libros y otros como Ars moriendi (1921) o Phoenix (1936), en la última fase de su trayectoria se pudo apreciar una propensión hacia una lírica superficial y tópica, especialmente con Horas de oro (1938), Cadencias de cadencias (1943) y Horario (1947). Publicó también la novela El amor y la muerte (1913) y los ensayos La guerra literaria (1914) y Un año de teatro (1918).

 
Asimismo, escribió en colaboración con su hermano Antonio varias obras de teatro en verso, entre las que destacan Juan de Mañara (1927), La Lola se va a los puertos (1929), La duquesa de Benamejí (1932) y El hombre que murió en la guerra (1940).
 

UN PRÍNCIPE DE LA CASA DE ORANGE

A este joven señor, tan bellamente
vestido, blanco el traje y la gorguera,
blanca la tez, envuelve en luz poniente
el oro viejo de su cabellera.

De su apostura la elegante gracia
tiene una laxitud de laxitudes,
y en el pecho, podridas, las virtudes
de su clara y fatal aristocracia.

Tedio y desdén en la orgullosa frente,
vago pesar en la mirada infausta….
lujosísima espada en joyas rica.

Cruza una banda el busto indiferente.
Blanca mano espectral, de sangre exhausta,
y en la mano un limón, que significa…

autógrafo

EN LA MUERTE DE JULIO RUELAS

Ahora empezó, Ruelas, tu vida… (Fue su vida
un morir de deseos atropellados y un
matarse de embriagueces de mil suertes, según
era su sed… Corrió tras la escondida
agua nunca probada y siempre oída.)

Mientras tú duermes, vela la Humanidad tu sueño
(diría Rueda, un vate campesino, risueño
y panteísta … ). Yo, religioso, confío
en otro reino fuera de este Mundo. Es el mío
también; es el de todos los que adoran el Arte,
cuyo palacio tiene que estar en otra parte…

Hasta luego, Ruelas.  A pesar de lo feo,
del mal y de la muerte, quiero creer, y creo.



ENCAJES

Alma son de mis cantares,
tus hechizos…
Besos, besos
a millares. Y en tus rizos,
besos, besos a millares.

¡Siempre amores! ¡Nunca amor!
Los placeres
van de prisa:
una risa
y otra risa,
y mil nombres de mujeres,
y mil hojas de jazmín
desgranadas
y ligeras…

Y son copas no apuradas,
y miradas
pasajeras,
que desfloran nada más.

Desnudeces,
hermosuras,
carne tibia y morbideces,
elegancias y locuras…  

No me quieras, no me esperes…
¡No hay amor en los placeres!
¡No hay placer en el amor!



  LA MUJER SEVILLANA

                  I
CARMEN

Cuando al caer la tarde, como un suspiro, orea
los rumorosos patios del barrio de Triana,
y el cabello de Carmen, que de negro azulea,
y sus ojos, en donde amor florece y grana…

Envuelto en ese halo de gracia, que defiende
al hombre que es amado de una mujer hermosa,
pasa Antonio; y, en una larga mirada, enciende
el alma y las mejillas de Carmen, ruborosa.

Ella lo ve alejarse, sintiendo confundido
al latir de su pecho el paso conocido.

Y al rezar el Rosario, y al regar las macetas,
un nombre la perturba con delicias secretas…

Y sola ante el espejo -confesará mañana-,
prende en su negro pelo una rosa temprana.

                  II
ROSARIO

«Los hombres son los hombres». Y hay cosas en la vida…
Ante tales razones, Rosario, convencida,
inclina a la costura la gallarda cabeza,
donde luce una rosa que envidia su belleza.

Y a pensar en su hogar, limpio como un espejo,
que ella cuida y encanta sólo con el reflejo
de su gracia… Rosario lo que es el mundo ignora.
Cuando Juan viene, ríe.  Si Juan se tarda, llora.

él, que la quiere mucho, aunque lo diga poco,
vuelve siempre a la sombra del amor verdadero.
Ella espera, y el nido amante y dulce cuida,

donde crece la planta de su cariño loco.
Y Juan no viene acaso aquella noche; pero…
«Los hombres son los hombres».  Y hay cosas en la vida…

                  III
ANA

¿Conocéis la leyenda que atribuye a Santa Ana
la invención del puchero?… ¿Y aquella otra, llena
de aroma y gracia, de una hierba que es buena,
en competencia con otra que es mejor, Ana?

Y en la ruda corteza de los augustos robles
viendo gotas de lluvia resbalar como llanto,
¿pensasteis en los rostros arrugados y nobles
de las abuelas, reinas-madres, que amaron tanto?…

Todo ello se evoca viendo a esta vieja santa,
a quien nimba una lumbre de hogar inextinguida,
bajo la gracia pura del sevillano cielo…

Y aun, con alegres cuentos, al nietecillo encanta;
y aun, heroica, conserva, al final de la vida,
la sonrisa en los labios y la rosa en el pelo.



SOLEDADES

Árboles, plantas —¡mi campo!—,
con vuestro secreto inmenso,
de magníficas latencias
y de implicaciones lleno,
acudidme, habladme.  Dadme,
aguas, vuestro limpio espejo
para que yo al fin me vea,
que he vivido siempre huyendo
de mí mismo, y ya no sé
lo que soy ni lo que quiero!…

Ayudad a que me encuentre,
que me he perdido, disperso
en la vida de los otros,
sin vivir… Dadme mi cuerpo,
que gasté en brazos de tantas
que no amé.  Mis pobres nervios,
al placer y los dolores
de los demás siempre tensos…

Mis manos, que acariciaron
con afán todo lo bello,
sin hacer jamás su presa…

Mis pies, que al azar corrieron
por travesías sin rumbo
y callejas de un momento…

Pero dadme antes mi alma,
que hasta aquí fue sólo un eco
de otras almas, ebria siempre
de músicas y de besos.

Decidme quién soy, estrellas,
y a cuál de vosotras puedo
llamar mía… Descifrad
vuestra eterna queja, vientos
y tú, luna, a cuya luz
prestada endeché mis versos.

Decidme, en fin, la verdad;
decidme. Pero ¿qué espero?

¡Si por no estar nunca solo
vuestras soledades pueblo,
e, insaciable de palabras,
que habléis aún vosotros sueño!



CANTARES

Vino, sentimiento, guitarra y poesía,
hacen los cantares de la patria mía…
Cantares…
Quien dice cantares, dice Andalucía.

A la sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra…
Cantares…
Algo que acaricia y algo que desgarra.

La prima que canta y el bordón que llora…
Y el tiempo callado se va hora tras hora.
Cantares…
Son dejos fatales de la raza mora.

No importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?… 

Cantares…
Cantando la pena, la pena se olvida.

Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte;
ojos negros, negros, y negra la suerte.
Cantares…
En ellos, el alma del alma se vierte.

Cantares.  Cantares de la patria mía…
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares…
No tiene más notas la guitarra mía.



CANTE HONDO

A todos nos han cantado,
en una noche de juerga,
copias que nos han matado

Corazón, calla tu pena:
a todos nos han cantado
en una noche de juerga.

Malagueñas, soleares
y seguiriyas gitanas…
Historia de mis pesares
y de tus horitas malas.

Malagueñas, soleares
y seguiriyas gitanas…

Es el saber popular,
que encierra todo el saber:
que es saber sufrir, amar,
morirse y aborrecer.

Es el saber popular,
que encierra todo el saber.



CASTILLA

A Manuel Reina. Gran poeta
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.  

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.  

Cerrado está el mesón a piedra y lodo…
Nadie responde.  Al pomo de la espada
y al cuento de las picas, el postigo
va a ceder… ¡Quema el sol, el aire abrasa!

 A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca,
en el umbral.  Es toda
ojos azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

«¡Buen Cid!  Pasad… El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos.  El Cielo os colme de venturas…
En nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».  

Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: «¡En marcha!»  

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.



ÉGLOGA VESPERTINA

De un sol que brilla y no arde
la última lumbre serena…
Una campana que suena
en el palor de la tarde…
De una ovejuela cobarde
el anheloso balar…
Y una moza del lugar
que oye charlar a la fuente,
con el pensamiento ausente
y el cántaro sin llenar.

La noche viene pausada
las mismas sendas borrando
por donde va dilatando
su fresca sombra callada…
La campiña y la enramada
los marjales y el vergel
cubre ya el negro mantel
que solo el alba les quita…
¡La noche viene, mocita!
¡La noche viene… y no él!

Torna la niña al aldea…
La fuente sigue charlando
y la muchacha escuchando
su corazón que golpea…
En la plaza cuchichea
al verla pasar, la gente.
Y ella cruza indiferente,
sonámbula muda y grave…
Pero ahora la moza sabe
lo que decía la fuente.



DOLIENTES MADRIGALES

                  I

Por una de esas raras reflexiones
de la luz, que los físicos
explicarán llenando
de fórmulas un libro…

Mirándome las manos
—como hacen los enfermeros de continuo—
veo en la faceta de un diamante, en una
faceta del diamante de mi anillo,
reflejarse tu cara, mientras piensas
que divago o medito
o sueño… He descubierto,
por azar, este medio tan sencillo
de verte y ver tu corazón, que es otro
diamante puro y limpio.

Cuando me muera, déjame
en el dedo este anillo.

                  II

Estoy muy mal… Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío
y… por lo triste que es el estar triste.

Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta y silenciosa, que su canto,
sonoro, otrora, como risa, es llanto.

                  III

Guardo, entre mis tesoros de cordura,
la nostalgia febril de la locura,
como gaje de ayer… para un mañana
que no ha de venir ya.  

Mustia flor, que me recuerda la lozana
primavera y la risa entre la grana
de los labios… Fontana de ternura
que se ha secado ya.  

Y así, no es en mí el canto, sino el cuento
—que «ayer» nos da tan sólo el argumento—;
y la canción es cosa para el día,
que ha declinado ya.  

Ha llenado la noche el alma mía
y la sombra ha ahuyentado a la poesía…
Porque ya el día suspirado siento
que no amanecerá.



EL CAMINO

Es el camino de la muerte,
Es el camino de la vida…

En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.

Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha las músicas dulces.

Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve, camina…

Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.



  EL JARDÍN GRIS

A Francisco Villaespesa

 ¡Jardín sin jardinero!
¡Viejo jardín,
viejo jardín sin alma,
jardín muerto!  Tus árboles
no agita el viento.  En el estanque, el agua
yace podrida. ¡Ni una onda!  El pájaro
no se posa en tus ramas.

La verdinegra sombra
de tus hiedras contrasta
con la triste blancura
de tus veredas áridas…
¡Jardín, jardín! ¿Qué tienes?
¡Tu soledad es tanta,
que no deja poesía a tu tristeza!
¡Llegando a ti, se muere la mirada!
Cementerio sin tumbas…
Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza.
¡Jardín sin jardinero!
¡Viejo jardín,
viejo jardín sin alma!



EL PRÍNCIPE

Siete soles forman
el solio del príncipe
de los siete soles.  Su cetro de oro
es un haz de llamas
de mil arreboles.  Su rostro, que nadie
miró porque ciega,
las nubes esconden.  Su imperio, los mundos,
Él todo lo puede,
todo lo conoce…  Y en sus ojos, cuyo
mirar mata, brillan
¡todos los dolores!



ASUNTOS BÍBLICOS

Fue en la mañana de la vida… Altares
en la campiña que el sol riega. Coro
al sublime Cantar de los Cantares.
Regias suntuosidades. Cedro y oro.

Una figura de mujer fulgura,
corazón del paisaje, sonriente…
Sulamita, de noche, en la espesura…
Rebeca, bajo el sol, junto a la fuente…

El viento desmelena la frondosa
floresta y arrebata en desaliño
el humo de la mirra silenciosa…

Sobre la piedra, blanca como armiño
grata a Jehová la joven sangre rosa…
Entonces Dios era feroz y niño.



  LA REINA MARÍA LUISA

Al contemplar la juventud forzada
de este cuerpo flexible y aun ligero,
la inclinación garbosa del sombrero
y el fuego inestinguido en la mirada…

Aun es gallarda la apostura, aun tiene
gentil empaque la real persona
de esta arrogante vieja, esta amazona,
mejor montada de lo que conviene.

Y en vano esta cabeza un poco loca
pierde el cabello, y súmese esta boca,
y de estos ojos el mirar se empaña…

Con su uniforme —rojo y negro—, ella
siempre será la suspirada y bella
María Luisa de Borbón, de España.



  EL CABALLERO DE LA MANO AL PECHO

Este desconocido es un cristiano
de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura
de su admirable estoque toledano.

Severa faz de palidez de lirio
surge de la golilla escarolado,
por la luz interior iluminada
de un macilento y religioso cirio.

Aunque sólo de Dios temores sabe,
por que el vitando hervor no le apasione,
del mundano placer perecedero,

en un gesto piadoso y noble y grave,
la mano abierta sobre el pecho pone,
como una disciplina, el caballero.



MORIR, DORMIR…

«Hijo, para descansar,
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar…» «Madre, para descansar,
morir».



LA ANUNCIAClÓN

La campanada blanca de maitines
al seráfico artista ha despertado,
y, al ponerse a pintar, tiene a su lado
un coro de rosados querubínes.

Y ellos le enseñan cómo se ilumina
la frente y las mejillas ideales
de María, los ojos virginales,
la mano transparente y ambarina.

Y el candor le presentan de sus alas
para que copie su infantil blancura
en las alas del ángel celestial,

que, ataviado de perlinas galas,
fecunda el seno de la Virgen pura,
como el rayo del sol por el cristal.



LA CANCIÓN DEL PRESENTE

No sé odiar, ni amar tampoco.
Y en mi vida inconsecuente,
amo, a veces, como un loco
u odio de un modo insolente.
Pero siempre dura poco
lo que quiero y lo que no…
¡Qué sé yo!
Ni me importa…
Alegre es la vida. Y corta,
pasajera.
Y es absurdo,
y es antipático y zurdo
complicarla
con un ansia de verdad
duradera
y expectante.
¿Luego?… ¡Ya!
La verdad será cualquiera.
Lo precioso es el instante
que se va.



LA PRIMAVERA

¡Oh el sotto voce balbuciente, oscuro,
de la primer lujuria!… ¡Oh la delicia
del beso adolescente, casi puro!…
¡Oh el no saber de la primer caricia!…

¡Despertares de amor entre cantares
y humedad de jardín, llanto sin pena,
divina enfermedad que el alma llena,
primera mancha de los azahares!…

Ángel, niño, mujer… Los sensuales
ojos adormilados y anegados
en inauditas savias incipientes…

¡Y los rostros de almendra, virginales,
como flores al sol, aurirrosados,
en los campos de mayo sonrientes!…


REGRESO

Largas tardes campestres;
alamedas rosadas;
aire delgado que el aroma apenas
sostiene de la acacia;
huerto, pinar… Llanuras de oro viejo,
azul de la montaña…

Esquilas del arambre
y balido, sin fin, de la majada,
en el silencio claro…
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!

Maravillosa noche estremecida
por el rumor del agua
y el fulgor de los astros
—imán de la mirada
perdida en lo insondable
de la eterna pregunta—. (El grillo canta,
corre la estrella, el aire
suspira entre las ramas).

Sueño tranquilo y sano,
velado por las plantas
humildes de la tierra y por el bravo
eucalipto que asoma a mi ventana…

Noche de paz y de salud y sueño…
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
Allegro matinal, tímida gloria
y milagro de nácar,
a las corolas risa,
trino a las aves y delicia del alma,
aire en las sienes, despertar, eterna
juventud —¡oh mañana
que abres los ojos y las rosas!—, dulce
y poderosa gracia…

Mañana de mi huerto, suave y pura…
¡Adiós, adiós! ¡Que la ciudad me llama!
¡Me llama la ciudad —que ignora el cielo
y la tierra y el agua
y el sol y las estrellas—,
febril y jadeante, apresurada,
con su aliento mefítico,
y su llanto y sus máquinas,
sonora de metales
infecta de palabras!



SOLEARIYAS

Llorando, llorando,
nochecita oscura, por aquel camino
la andaba buscando.

Conmigo no vengas…
Que la suerte mía por malitos pasos,
gitana me lleva.

¡Mare del Rosario,
cómo yo guardaba el pelito suyo
en un relicario!

¡Qué le voy a hacer…!
Yo te he querío porque te he querío
y te he olvidao porque te olvidé.

Toíto se acaba:
la salú, la alegría, el dinero
y la buena cara.

Yo no sé olvidar…
Yo no sé más que quererte hoy mucho
y mañana más.

Esta agüita fresca…
¡Cómo la tengo en los propios labios
y no puó beberla!

Perdona por Dios…
que otra gitana se llevó las llaves
de mi corazón.

¡Qué gustiyo grande
que las cositas que tú y yo sabemos
no las sepa nadie!

Eres como el sol:
cuando tú vienes se hace de día
en mi corazón.

No temo a la muerte,
serrana del alma, por perder la vía,
sino por perderte.

Siéntate a mi vera…,
dame la mano, hermanita mía,
cuéntame tus penas.

Tiene mi chiquilla
los ojitos negros más negros y grandes
que he visto en mi vida.

Que no quieres verme…
De día y de noche, dormía y despierta,
me tienes presente.



LOS DÍAS SIN SOL
A M. Leo Rouanet

 El lobo blanco del invierno,
el lobo blanco viene,
con los feroces ojos inyectados
en sangre helada, fijos y crueles.

¡Maldito lobo invierno, que te llevas
los viejos y los débiles!
¡Reunámonos, que todos
tengan una familia,
un libro y fuego alegre!  

Y mientras, fuera, el hacha
el tronco seco hiende,
que será rojo en el hogar, cerremos
la puerta y el balcón… 

¡Dios no nos quiere!  ¡Tregua!  Seamos amigos…
La tibia paz entre nosotros reine
en torno de la lámpara, que esparce
la tranquila poesía del presente. 

Y tú, mi amada, cuyos rojos labios
son ya la sola flor, dámelos…, ¡quiéreme!…

¡Que el lobo blanco del invierno
el lobo blanco viene!



MADRIGAL

Y no será una noche
sublime de huracán en que las olas
toquen los cielos. Tu barquilla leve
naufragará de día, un día claro,
en que el mar esté alegre…

Te matarán jugando.  Es el destino
terrible de los débiles.
Mientras un sol espléndido
sube al cenit, hermoso, como siempre.


MELANCOLÍA

Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno…
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan… Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía… Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.


  LA «TONÁ» DE LA FRAGUA
(SEGUIRIYAS GITANAS)

Mi pena es mu mala,
porque es una pena que yo no quisiera
que se me quitara.

Vino como vienen,
sin saber de dónde,
el agua a los mares, las flores a mayo,
los vientos al bosque.

Vino, y se ha quedado
en mi corazón,
como el amargo en la corteza verde
del verde limón.

Como las raíces
de la enredadera,
se va alimentando la pena en mi pecho
con sangre e mis venas.

Yo no sé por dónde,
ni por dónde no,
se me ha liao esta soguita al cuerpo
sin saberlo yo.

Pensamiento mío,
¿adónde te vas?
No vayas a casa de quien tú solías,
que no pués entrar.

A pasar fatigas
estoy ya tan hecho
que las alegrías se me vuelven penas
dentro de mi pecho.

Mare de mi alma,
la vía yo diera
por pasar esta noche de luna
con mi compañera.

A la vera tuya
no puedo volver…
¡Cómo por unas palabritas locas
se pierde un querer!

Yo voy como un ciego
por esos caminos.
Siempre pensando en la penita negra
que llevo conmigo.

Ya se han acabado
los tiempos alegres.
Las florecitas que hay en tu ventana
para mí no huelen.

Desde que te fuiste,
serrana, y no vuelves,
no sé qué dolores son estos que tengo,
ni dónde me duelen.

Esta cadenita,
mare, que yo llevo,
con los añitos que pasan, que pasan,
va criando hierro.

Los bienes son males,
los males son bienes…
Las mis alegrías, ¡cómo se me han vuelto
fatigas de muerte!

Toíta la tierra
la andaré cien veces,
y volveré a andarla pasito a pasito,
hasta que la encuentre.

Se quebró el jarrito
pintao del querer.
¡Cómo plateros ni artistas joyeros
lo puen componer!

La prueba del frío,
la prueba del fuego…
¡Cómo ha salido mi corasonsiyo
del mejor acero!

Yo corté una rosa
llenita de espinas…
Como las rosas espinitas tienen,
son las más bonitas.

El cristal se rompe
del calor al frío,
como se ha roto de alegría y pena
mi corasonsiyo.

Yo sentí el crujío
del cristalito fino que se rompe
del calor al frío.

Maresita’r Carmen,
guiarme los pasos,
pa que me aparte de la mala senda
que vengo pisando.

Las que se publican
no son grandes penas.
Las que se callan y se llevan dentro
son las verdaderas.

Rosita y mosquetas,
claveles y nardos,
en sus andares la mi compañera
los va derramando.

Negra está la noche,
sin luna ni estrellas…
A mí me alumbraban los ojitos garzos
de mi compañera.

La persona tuya
es lo que yo quiero.
Tenerte en mis brazos, mirarme en tus ojos
y comerte a besos.

En los caracoles,
mare, de tu pelo,
se me ha enredado el alma, y la vida,
y el entendimiento.

Horas de alegría
son las que se van…
Que las de pena se quedan y duran
una eternidad.

Cuéntame tus penas,
te diré las mías…
Verás cómo al rato de que estemos juntos
todas se te olvidan.

Estando contigo,
que vengan fatigas…
Puñalaítas me dieran de muerte,
no las sentiría.

La quiero, la quiero,
¿qué le voy a hacer?…
Para apartarla de mi pensamiento
no tengo poder.

¡Vaya un amaguito
tan dulce que tienen
los ojos azules que tanto me gustan…,
que tanto me ofenden!

Sin verte de día,
serrana, no vivo…
Y luego, a la noche, me quitas el sueño,
o sueño contigo.

Compañera mía,
tan grande es mi pena
que el sol, cuando sale, con tanta alegría
no me la consuela.

¡Mírame, gitana,
mírame, por Dios!
Con la limosna de tus ojos negros
me alimento yo.


OCASO

Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.  

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.  

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido, 

para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada!…



YO, POETA DECADENTE…

      FIGULINAS
A Jacinto Benavente

 ¡Qué bonita es la princesa!
¡Qué traviesa!
¡Qué bonita!
¡La princesa pequeñita
de los cuadros de Watteau!   

¡Yo la miro, yo la admiro,
yo la adoro!
Si suspira, yo suspiro;
si ella llora, también lloro;
si ella ríe, río yo.  

Cuando alegre la contemplo,
como ahora, me sonríe…
Y otras veces su mirada
en los aires se deslíe,
pensativa…  

¡Si parece que está viva
la princesa de Watteau!  

Al pasar la vista hiere,
elegante,
y ha de amarla quien la viere.  … 

Yo adivino en su semblante
que ella goza, goza y quiere,
vive y ama, sufre y muere…
¡Como yo!



ROMANTICISMO
(En el centenario de Espronceda)

«Para y óyeme, oh sol»… Vuelve atrás, río.
Recobra, nieve hollada, tu blancura.
Torna, Jarifa, a la inocencia pura.
Sé, malogrado ayer, mañana mío.

Dure eterno el placer… El desvarío
tenga lugar de máxima cordura.
Llegar a la verdad por la locura
déseme, y a la paz por el hastío.

Luz de la sombra, siempre apasionado
de Amor y Muerte en la función terrible,
todo ansiedad, desesperado espero…

Que lo que sucedió no haya pasado,
cosa que al mismo Dios es imposible…
Mas, no siendo imposible, no lo quiero.



SE DICE LENTAMENTE

Yo no sé más que una
vaguísima oración;
una oración… De pena
está y de encanto llena;
y tiene llanto y risa,
y la calma sumisa
de la Renunciación…
Se dice lentamente,
con palabras vulgares,
repetidas,
muy oídas…
Brota en el corazón…
Ella es dulce a los labios.
No la saben los sabios,
y es su son
—como, en las soledades del campo, el de la fuente—
monótono.  Se dice lentamente
la oración.


MALAGUEÑAS

Si te quise, no lo sé;
si me quisiste, tampoco…
Pues… borrón y cuenta nueva:
yo, con otra, y tú, con otro.

Por querer a una mujer,
un hombre perdió la vida,
y aquella mujer perdió…
la diversión que tenía.

A la orillita del río
me pongo a considerar:
mis penas son como el agua,
que no acaban de pasar.

Publica la enfermedad
aquel que espera el remedio.
Yo no pregono mis males,
porque curarme no quiero.

No sólo canta el que canta,
que también canta el que llora
No hay penita ni alegría
que se quede sin su copla.

Ya te lo decía yo
que aquello se acabaría:
que en la casa de los pobres
dura poco la alegría.

Cuando me miras, me matas….
y si no me miras, más:
son puñales que me clavas
y los vuelves a sacar.

Cuando me pongo a cantar,
me salen, en vez de coplas,
las lágrimas de los ojos,
los suspiros de la boca.

¿Para qué quieren oír
y para qué quieren ver
oídos que no la escuchan
y ojitos que no la ven?

Te quiero porque te quiero,
no por interés ninguno:
dinero, sin gusto, es ná,
y el gusto, siempre es el gusto.

La Virgen de la Esperanza,
aquella que está en San Gil,
aquella Señora sabe
lo que yo te quiero a ti.

Con toíto lo que puede
el Señor del Gran Poder,
me dijo que  no podía
curarme de tu querer.

¡Ay Maresita del Carmen!
¡Qué pena tan grande es
estar juntito del agua
y no poderla beber!



TERESA DE JESÚS
(Oración)

—Vivo sin vivir en mí
—y tan alta vida espero,
—que muero porque no muero.


SANTA TERESA

 Morir de no morir —¡qué bien decías!—
es mi pena también cuando en ti pienso.
Y, contagiado de tu amor inmenso,
vivo sin mí cual tú sin ti vivías.

Y es mi pura pasión de tal manera,
de premio alguno ni merced avara,
que aun no siendo tan grande te admirara,
y aunque no fueras santa te quisiera.

De tu amor a Jesús maravillado,
de sólo verte amar enamorado,
como tú le llorabas yo te lloro.

Como tú suspiraste yo suspiro…
como tú deliraste yo deliro…
Como tú lo adoraste yo te adoro.



TONÁS Y LIVIANAS

Tú me estás dando motivo,
motivo tú me estás dando…,
y yo no quiero, no quiero
hacer lo que estoy pensando.

De querer a no querer
hay un camino muy largo,
y todo el mundo lo anda
sin saber cómo ni cuándo.

Quita una pena otra pena,
un dolor otro dolor,
un clavo saca otro clavo
y un amor quita otro amor.

Siempre gustan del misterio
los gustitos del querer.
Amores, para ser buenos,
calladitos han de ser.

Esperar en la experiencia
es esperanza perdía:
que, antes que llegue el saber,
s’acabaíto la vía.

Crece el fuego con el viento,
con la noche el padecer,
con el recuerdo la pena,
con los celos el querer.

La vida es un cigarrillo:
humo, ceniza y candela…
Unos lo fuman de prisa,
y algunos lo saborean.

Le he encargaíto a mi mare
que, el día que yo me muera,
con tu retrato me entierren,
para tenerte a mi vera.

De la noche a la mañana
se me ha ido tu querer:
agüita que se derrama
no se puede recoger.
















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