sábado, 28 de enero de 2023

Mariano de Cossio

Cossío Martínez-Fortún, Mariano de. Valladolid, 1890 – 1960. Pintor. El día 2 de agosto de 1890 nacía en Valladolid Mariano de Cossío, segundo de los cinco hijos que tuvieron Mariano de Cossío y Cuesta y Carmen Martínez- Fortún y Martínez-Talavera, y lo hacía en el número 5 de la calle de la Torrecilla, en el casco histórico de la vieja ciudad castellana. Sin embargo, la familia Cossío residía habitualmente en Sepúlveda, la villa segoviana en la que su abuelo paterno Francisco de Cossío y Salinas había sido el último mayorazgo de esa dilatada familia.

En 1893, es decir, cuando Mariano tenía tres años, mueren, con pocos meses de diferencia, sus padres, produciendo un cambio brusco en su cortísima biografía. Su abuela paterna, Dolores de la Cuesta Polanco, horrorizada por esta tragedia, recogió a los nietos y literalmente huyó de Sepúlveda, adonde no volvieron hasta que fueron mayores.

Estas son las circunstancias biográficas que muestran el segundo escenario geográfico de la niñez de los hermanos Cossío, que desde ese momento pasan los veranos en Tudanca, la aldea montañesa por donde discurre el río Nansa y apretada en un cerco formado por las impresionantes montañas de Cantabria.

Terminado el bachillerato en el Colegio San José de los Jesuitas de Valladolid, Mariano de Cossío decide ir a Madrid a cursar Arquitectura. En esta ciudad permanece bajo la atenta mirada de su tío Manuel Bartolomé Cossío, moviéndose en el ambiente de la Institución Libre de Enseñanza, que en esos momentos había superado ya la fase de reforma y proyectaba su labor y su mensaje en un radio de acción mucho más amplio: en 1907 se crea la Junta de Ampliación de Estudios, que lleva aparejado la de otros centros y laboratorios; en 1910 se crea la Residencia de Estudiantes y, ya en 1917, el Instituto-Escuela.

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Toda esta temporada de formación y estudio en Madrid significa, en primer lugar, un deslumbramiento, resultado de un doble encuentro: el trato con Manuel B. Cossío, que tanto influirá en él, y el del medio de la Institución, caracterizado desde siempre por una amplitud de criterio y, sobre todo, por un deseo de renovación absoluta.

No resulta difícil imaginar cuántos horizontes se abren para Mariano de Cossío y casi parece lógico que, por contraste, la enseñanza oficial de la Arquitectura empiece a resultarle muy rutinaria y poco atractiva. Aun así, hace tres cursos, pero al mismo tiempo empieza a asistir a las clases de pintura de Eduardo Chicharro y, sobre todo, está inmerso en el ambiente intelectual agrupado en torno a la idea de renovación.

Al regresar a Valladolid, su entusiasmo por la pintura es enorme y, como continuación de sus estudios madrileños, se encierra literalmente en el Museo de Santa Cruz, donde copia febrilmente las tallas de Berruguete y Juni en una búsqueda apasionada de volúmenes, escorzos y expresiones, en un ejercicio voluntario que añade el aliciente de proyectar los volúmenes en el plano y apurar el concepto del dibujo, así como el de recrearse en unas tallas puramente españolas y, más concretamente, castellanas. Todo ello desembocará, unos pocos años más tarde, en una perfecta simbiosis entre la línea y la masa, además de en una estructura sobria y grandiosa. Esta etapa de formación y tanteos puede cerrarse con dos obras, una Reconstrucción del retablo de San Benito, hoy en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, y la otra, un dibujo a plumilla, La calle de la Lira, en una colección particular de Tenerife.

Sin embargo, el entusiasmo inicial decae y Cossío, ya casado con Ana Estremera de la Torre de Trasierra, se retira a vivir a su hacienda de Villada (Palencia), dedicado casi exclusivamente al cuidado de sus tierras, aunque con frecuentes viajes tanto a Valladolid como a Madrid, es decir, sin perder el contacto con el círculo intelectual al que pertenecía. Sin duda, el estímulo decisivo para volver a dedicarse íntegramente a la pintura fue la llegada a Valladolid del pintor inglés Cristóbal Hall, de quien se hizo gran amigo y a quien Cossío consideró siempre como su verdadero maestro.

Volvió, pues, a la pintura, decisión que le supuso trasladarse otra vez a Valladolid para preparar la primera exposición en Madrid. Estos años, entre 1926 y 1936, son, sin duda, de gran plenitud, y Cossío pinta de la mañana a la noche y del modo más libre y desinteresado, obsesionado como estaba por el problema de la forma. Además, no hay que olvidar que, desde los primeros años veinte, recibe otros estímulos que provienen de sus frecuentes visitas a Madrid y en concreto a la Residencia de Estudiantes, instalada ya en los altos del Hipódromo y bautizada poéticamente por Juan Ramón como la “Colina de los Chopos”. 

En ella, aparte de participar en sus actividades, se situó al lado de los artistas preocupados por la recuperación de la forma. La obra presentada a esa primera exposición en 1928 consistía en un paisaje, Orillas del Pisuerga, varios retratos —entre los que cabe destacar el de La mujer del pintor— y muchas naturalezas muertas en las que se puede seguir cómo, a través de Vázquez Díaz, llega a un cubismo humanizado y sólidamente construido que le lleva hasta Cézanne. En todos estos bodegones —Ramas y membrillos o Limones en un plato de Talavera y otros muchos—, Cossío adopta la fórmula compositiva del maestro de Aix y presenta todos esos objetos vistos desde arriba y recreándose en sus volúmenes, con la diferencia de que el pintor vallisoletano conduce la recreación volumétrica propia de la corriente del nuevo realismo europeo, con la luz y, sobre todo, con su extraordinaria maestría para su matización y para saber jugarla en obsequio de la corporeidad de los objetos.

Después de esta exposición, Mariano de Cossío hizo otras varias en distintas ciudades (Santander, Palencia etc.). Al X Salón de Otoño celebrado en 1930 presentó el lienzo Mi mujer y mis hijos (colección particular, La Laguna, Tenerife), que fue comentado en La Estampa por Gil Sillol. A estos mismos años corresponden retratos como el de José María de Cossío o el de Jorge Guillén, así como un conjunto de tablas con diversas suertes de Ignacio Sánchez Mejías.

A principios de 1936 opositó a la cátedra de Dibujo en Enseñanzas Medias y eligió la plaza de La Laguna, en la isla de Tenerife, adonde se trasladó inmediatamente. Por tanto, la segunda parte de su vida y su obra tienen lugar en esa ciudad, con la que se compenetró absolutamente. Se dedicó con pasión a la enseñanza y siguió pintando. Hizo paisajes, muchísimos retratos y tres conjuntos de pintura mural, el último de los cuales está en el techo del paraninfo de la Universidad de La Laguna; en él representa la unión de las artes y las ciencias y hace una galería de retratos de aquellos a quienes considera sus maestros, así como de los miembros más destacados de su generación.

En esta segunda etapa de su obra puede decirse que no hay una brusca ruptura con la anterior, sólo un desplazamiento de su realismo inicial hacia formas más suaves que se inscriben en unas estructuras compositivas que revelan una enorme madurez y que se apoyan en el lenguaje del clasicismo, cuyos solemnes acordes Cossío representa por doquier.

Posiblemente por un capricho del destino, Mariano de Cossío murió en la misma habitación donde había nacido sesenta y nueve años antes, y después de llevar veinticinco años viviendo en La Laguna.  Fuente>>


Obras de Mariano de Cossio

















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