sábado, 28 de enero de 2023

Antonio Arias

GRANDE

Antonio Arias Fernández (Madrid, c. 1614 – Madrid, 1684), pintor barroco español, perteneciente a la Escuela madrileña. Su estilo es bastante personal, con gusto por las formas rotundas, y una gran maestría en la caracterización de sus personajes, sobre todo en la expresión de los rostros. El modelado escultórico de las figuras, la paleta de colores claros y cierto naturalismo nos remiten a la obra de Juan Bautista Maíno, mientras que algunas de sus vírgenes son francamente zurbaranescas. Con el tiempo sus composiciones irán resultando más arcaicas, apegado a formulismos escurialenses e incapaz de adaptarse a las nuevas tendencias del barroco más decorativo.

Nacido en Madrid de padre gallego, se formó en el taller de Pedro de las Cuevas. Mostró una gran precocidad, pues según Antonio Palomino, a los catorce años recibió su primer encargo importante: el retablo de los carmelitas calzados de Toledo (perdido).

Con veinticinco años (1639) participó en la decoración del Salón Dorado del Alcázar de Madrid. Dos años más tarde se habla de dos cuadros que ha de hacer para la alcoba de su magestad, de los que únicamente se conserva el Carlos V y Felipe II del Museo Nacional del Prado, que permaneció depositado en la Universidad de Granada hasta su reciente traslado al Museo de Historia de Madrid. Representados los monarcas sentados y en escorzo, atendiendo al lugar alto en que debía ir colocado, no desmerece en calidad de las obras realizadas por otros artistas con destino al mismo encargo (Alonso Cano). Sin embargo, Arias no volvería a trabajar para la Corte.

Siempre según Palomino, fue un artista de gran cultura, interesado en la literatura y la música. Hacia 1645 debía de encontrarse ya bien establecido y contar con cierto prestigio, al menos entre la clientela eclesiástica, pues disponía de taller propio con aprendices.

Es a esa clientela a la que se destina su producción compuesta casi exclusivamente por lienzos religiosos, ya sean de carácter íntimo, o bien, de grandes dimensiones y elaboración más compleja. La primera obra de este género que de él se conoce es una Santa María Egipciaca de colección particular, obra interesante, por presentar un desnudo femenino, y que alguna vez se ha creído de Antonio Pereda a causa de la sequedad del dibujo de los ángeles niños que rodean a la santa.

En 1645 está firmado el Cristo recogiendo sus vestiduras del convento madrileño de las Carboneras del Corpus Christi, claroscuro intensamente emotivo tratado con toques de minucioso naturalismo. Un año más tarde firma La moneda del César del Museo del Prado, procedente de la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat de Madrid, su obra más conocida y en la que más se acusa la influencia de Maino, de composición ordenada con predominio de los colores agrios.

De 1656 es el San Agustín y Santa Mónica del Real Monasterio de Santa Isabel, que Ponz creyó de Alonso Cano, y quizá le pertenezca también el lienzo del altar frontero, dedicado a San Antonio Abad y San Pablo Ermitaño, figuras monumentales y algo rígidas. Algo posterior es la serie de pinturas de la Pasión de Cristo para el claustro del convento agustino de San Felipe. Los dos cuadros que se conocen de ella presentan los mismos rasgos característicos: figuras monumentales de perfiles bien definidos y composición severa.

Su actividad en estos años es intensa, también como tasador, alcanzando una holgada situación económica. Lo confirman los documentos de concierto de segundas nupcias (1660) y la generosa dote que otorga en 1662 a una hija de su primer matrimonio, Úrsula, que quizá sea la mencionada por Palomino como pintora ella misma. El inventario de sus bienes, con ocasión del segundo matrimonio, corrobora, además, lo que afirma Palomino de sus aficiones, encontrándose entre éstos varios instrumentos musicales y un número considerable de libros.

A partir de este momento, sin embargo, las noticias escasean. En 1668 fallece su segunda esposa, doña Leonor Ordóñez, que lo deja por heredero diciendo quisiera que fuera de mucha importancia para que tuviera mucho descanso con ello, lo que podría aludir a alguna enfermedad. En cualquier caso, la única obra firmada en estos años finales es el San Antonio Abad de las madres Mercedarias de don Juan de Alarcón, fechado en 1675, que conserva plenamente los rasgos característicos de su pintura, francamente arcaicos, repitiendo incluso en volumen y gesto el de la Santa Mónica pintada veinte años atrás para el monasterio de Santa Isabel.

Se explicaría así el declinar de sus últimos años, al que alude Palomino, hasta morir en la más absoluta miseria en el Hospital General de Madrid (1684).


Obras de Antonio Arias

Pinturas de Antonio Arias Fernández en el Museo de Bellas Artes de Granada

No hay comentarios:

Publicar un comentario